sábado, 3 de octubre de 2015

El reino de María

María se despierta cada noche preocupada por su reino.
Es la menor de tres hermanos
y heredera de un castillo con deudas
donde duerme su legión.

María nunca fue princesa,
ni monárquica, ni republicana.
Sólo cree en su patria,
a la que cuida con mimo y protege con furia
desde que su rey partió.

María es la única reina que madruga,
la única reina en el mundo
que va en metro a trabajar.
No entiende de protocolos,
ni de normas,
sólo de saber estar.

Tiene dos príncipes y una princesa,
porque su amor nunca supo distinguir
entre líneas sucesorias.

María no tiene caballos, ni Mercedes,
sólo una perra mestiza de tres años
y un Seat Ibiza del 89.

No le hace falta un escolta que le acompañe al mercadillo,
donde cada jueves le regatea con arte
a una gitana.

María se despierta cada noche agitada,
preocupada por su reino.

Mensajeros de otras casas,
más poderosas,
le recuerdan con misivas
que el volar sí tiene precio.

Ricos mercaderes y mecenas,
que hipotecan nuestras penas
al mejor postor.

Y María llora en la cocina,
mientras su princesa le coge de la mano
sin comprender su pesadilla.

María le miente a su princesa,
mientras le acaricia el pelo
y le peina su tristeza.

No le dedica ni un segundo a la idea de abdicar;
tiene una misión pendiente,
con seis, siete y nueve años de edad.

María disimula a diario limpiando su palacio,
haciendo banquetes con sopas de sobre
y riendo con los bufones de la tele.

Su mente desconecta cada mañana
cuando deja a sus cachorros en la puerta del colegio,
junto a tantas otras reinas,
de otras lenguas,
de otros reinos.

María siempre vivió por encima de sus posibilidades,
porque ella siempre supo hacer hasta lo imposible por sobrevivir.
No entiende que la quieran destronar de su castillo,
para ella no inventaron los dorados exilios.

Desde su balcón de tres metros cuadrados,
espera resignada a los guardias armados del sistema.
Mercenarios de un reino hipócrita,
vacío, como sus mentes.
María nunca tuvo claro a quiénes atacan,
ni a quiénes defienden.

Su única soldado, su perra mestiza,
entona en la puerta canciones de guerra contra el invasor.
La reina que nunca se esconde,
ahora abraza a sus niños
que lloran en la habitación.

María cierra los ojos,
escucha los latidos de sus críos
como tambores en plena batalla;
entiende que llega la hora de construir,
desde la nada, otra muralla.

Sus príncipes maman ahora la injusticia medieval del siglo XXI,
sabiendo que llegará el día
en que sus reinos por fín
se harán uno.